Relatos Salvajes, 2014 [En pocas palabras]

Relatos Salvajes

Damián Szifrón

Argentina

2014

Relatos Salvajes es la suma de cinco historias inconexas que retratan con ironía y humor negro el lado más irracional y violento de la condición humana. El título de la película es literal: el director nos regala cinco relatos de gente salvaje y lo hace de una manera cómica y plausible. Los diálogos son tan brillantes y ocurrentes que es imposible no reír a carcajadas y al salir del cine todos tenemos la certeza de que terminar atrapado en una de esas situaciones absurdas no sería tan raro. Y de hecho ha pasado. Todos hemos sido alguna vez uno o varios de sus personajes. ¿Quién no se ha sentido un ciudadano impotente y diminuto frente a la ineptitud del Estado? ¿Quién no se ha imaginado a sí mismo aplastando todos sus enemigos? ¿Quién no ha deseado tener una pizca de poder para usarlo contra quien fue ruin, soberbio o mezquino en su momento?

En este punto, la película es algo miedosa. Se convierte en ese espejo que al asomarnos nos devuelve una imagen escabrosa y brutal de nosotros mismos. Entendemos entonces que la civilización no es más que una fachada, una mentira que todos aceptamos para poder vivir en relativa paz. Sin embargo, en el fondo sabemos que posar de cultos no oculta el hecho básico de que en cada uno de nosotros vive un salvaje, un bárbaro dispuesto a embestir sin compasión a la primera provocación. Y esa es precisamente la virtud de la película: recordarnos entre chiste y chanza que somos animales a medio domesticar y que el maquillaje de la ilustración y la racionalidad se nos cae en cualquier momento.

Por último, el discurso vengativo de Romina es notable. Está al mismo nivel del discurso de Jules en Pulp Fiction (1994).

M. Dolores Collazos

Die Hard, 1988 [En pocas palabras]

Die Hard 

John McTiernan

Estados Unidos

1988

Me habían dicho que Die Hard era una gran película y yo no lo creía. Ahora lo creo. Tiene buen ritmo y es muy, muy emocionante. Los elementos cómicos en medio del drama no parecen forzados. Por alguna razón es fácil creer que John McClane es el tipo de persona capaz de soltar un par de chistes ácidos en plena acción terrorista. Logró convencerme de que es posible burlarse de un delincuente que controla la situación enviándole con mensajes como “Now I have a machine gun. Ho-ho-ho” o la famosa “Yippi-ki-yay, motherfucker” (mi preferida).

Gruber tenía razón cuando llamó cowboy a McClane. Al igual que en el universo Western, Die Hard no plantea complejos escenarios morales. La diferencia entre “los buenos” y “los malos” es muy clara desde el principio, por eso los asesinatos están plenamente justificados. McClane es en esencia un cowboy de ciudad. Lo mueven objetivos loables: rescatar a su (¿ex?) esposa y restaurar el orden. A Gruber lo mueve la ambición; su propósito desestabilizador tiene una finalidad esencialmente económica. Ver a McClane avanzando en solitario por los pasillos del Nakatomi Plaza es ver al héroe del Western jugándose la vida en un mundo peligroso. Siempre conserva la calma, siempre tiene una idea, nunca pierde la fe.

Los terroristas por su parte hacen un buen balance. Son astutos y profesionales. McClane no se enfrenta a una bola de idiotas sino a un sofisticado grupo de ladrones. “I am an exceptional thief”, dice Gruber con mucha razón. El establishment, en cambio, sale muy mal librado. La policía es ineficiente y los medios de comunicación son la piedra en el zapato. Esto no hace más que resaltar el heroísmo de McClane, que saca adelante su empresa no “gracias a” sino “a pesar de”.

M. Dolores Collazos