El ciudadano ilustre, 2016 [En pocas palabras]

El ciudadano ilustre 

Gastón Duprat, Mariano Cohn

Argentina

2016

 

Volver a tu ciudad natal puede ser encantador hasta que ella te recuerda por qué te fuiste de ahí.

Daniel Mantovani, escritor argentino, ha ganado el Nobel de literatura y sin embargo considera que la única cosa (importante) que ha hecho en su vida es salir de Salas, su pueblo natal. Ha desarrollado toda su carrera literaria en Europa, donde ha pasado los últimos 40 años, y la sola idea de volver a Salas parece ponerle los pelos de punta. Aún así, Daniel vuelve. Así empieza El ciudadano ilustre, película divertida, crítica e incómoda.

Al principio todo va bien. Salas es un lugar apacible de gentes sencillas cuya inocencia y calidez contrasta con la cortesía impersonal de Daniel. Todos quieren abrazarlo y agasajarlo, pero Daniel es un tipo de maneras europeas que hace mucho dejó de confundir calidez con atrevimiento así que se niega educadamente a arriesgar su espacio interpersonal.  Este contraste da lugar a situaciones llenas de humor negro que mantienen la atención del público y exponen lo conflictivo del retorno (los dos pilares que sostienen la película son el guión y la actuación de Óscar Martínez, no hace falta nada más). Entonces el cordón umbilical que muchos guardamos con nuestra ciudad natal, y que podemos estirar a lo largo del tiempo y el espacio pero jamás romper, empieza a tirar de Daniel. Su estricto código comportamental se flexibiliza, y si bien no está completamente complacido con su visita, sí parece estar saldando una vieja deuda consigo mismo. Daniel lo logra: se conecta con Salas.

Entonces sucede lo inevitable: tras dos o tres desencuentros, Salas se revela como un pozo de mediocridad e irracionalidad en donde Daniel parece ser el único hombre sensato. Ahora recuerda por qué se fue del pueblo; ahora está claro por qué tiene que irse nuevamente. Después de todo, Daniel siempre ha sido un tipo incómodo. Poco a poco la película deja atrás las situaciones cómicas e irónicas y se convierte en una reflexión sobre el oficio de escribir, el pasado y la realidad.

Me identifiqué rápidamente con Daniel. No tengo nada que ver con el mundo literario pero mi relación con mi ciudad natal es conflictiva y siempre termino volviendo (a lo mejor es que nunca me fui). Nada qué hacer: hay lugares que lo persiguen a uno para siempre; “puedes huir pero no puedes esconderte”, dice un amigo mío.

 

María Dolores Collazos

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