Captain Fantastic, 2016 [En pocas palabras]

Captain Fantastic

Matt Ross

Estados Unidos

2016

 

“Solo hay uno de mí en el mundo”

Bodevan

 

“Los estadounidenses están subeducados y sobremedicados”, dice Ben y es difícil no darle la razón. Aplica, además, para el resto del mundo desarrollado. Todos hemos pensado alguna vez que a lo mejor no necesitamos tantas cosas, que no es normal que seamos tan gordos, que no sabemos hacer nada útil y que somos simples peones de un sistema podrido desde sus cimientos. Y si a eso le sumamos la corrupción de los gobiernos, el abuso de las farmacéuticas, el lobby de las tabacaleras, las petroleras aplastantes, el bullying en los colegios, los transgénicos y hasta el cambio climático lo único que queda son unas ganas inmensas de retirarse al campo.

Ben lo hizo. Le dio la espalda a esa cloaca que según él es la sociedad y se propuso llevar con su esposa y sus hijos una vida honesta basada en la disciplina, el autoaprendizaje, el respeto por la naturaleza, el pensamiento crítico y un curioso sentimiento tribal que se exacerba con el sonido de las gaitas. Son una familia antisistema que se preocupa por lo importante, no por lo urgente. El padre representa la autoridad moral e intelectual y supervisa personalmente y de manera semidictatorial todos los aspectos de la vida de sus hijos: desde el vocabulario permitido hasta sus rutinas de ejercicio. Los niños por su parte tampoco pierden tiempo: no van al colegio pero son más cultos que cualquier adulto, hablan varios idiomas, se enfrentan a exigentes retos físicos de supervivencia y han aprendido a usar armas desde muy temprano. La inmensa cultura general de los niños introduce una dura crítica al sistema educativo: no tiene mucho sentido enviar a los niños al colegio en nombre de un aprendizaje francamente mediocre cuando podrían formarse mejor en la casa.

El problema es que esta visión del mundo difícilmente puede coexistir con la vida normal llena de azúcar y comida chatarra que llevamos todos. Y cuando Ben y sus hijos se encuentran con el mundo real el choque es inevitable, no sólo porque su estilo de vida supone una ética particular que no compagina con la del resto del mundo, sino porque el precio de llevar una vida dedicada al desarrollo físico e intelectual en el aislamiento es la atrofia de las habilidades sociales. Los hijos de Ben no entienden ciertos códigos que sólo se adquieren a partir de la vida en comunidad; “A menos de que salga de un maldito libro, no sé nada sobre nada”, dice Bodevan con razón. Entonces es evidente que el conocimiento no es suficiente para sobrevivir: también se necesita intuición. No vamos al colegio (solamente) a adquirir conocimiento, sino a tener experiencias que nos preparan para la adultez, y esa es una razón legítima para apostarle al sistema educativo tradicional.

 

María Dolores Collazos

 

 

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