El monarca de las sombras, de Javier Cercas, es uno de los libros más personales que he leído últimamente. El autor revela desde las primeras páginas que se había prometido no escribirlo y sin embargo el libro está ahí, en las manos del lector, lo que prueba que en algún momento Cercas rompió su promesa. Es un libro que no iba a ser escrito, una historia que no iba a ser contada, un relato familiar que iba permanecer en el olvido pero que supo atrincherarse por años en la cabeza del autor, como el monstruo baboso del ático, esperando el momento para saltar a la luz. A veces parecería que Cercas no tuvo más remedio que contar la historia antes de que se le convirtiera en un tranco en la garganta y que gracias a esa catarsis ahora anda liviano por la vida y con la frente en alto, como un beato recién exorcizado.
El protagonista de El monarca de las sombras es Manuel Mena, un tío abuelo del autor que murió en la guerra civil española luchando por La Falange cuando tenía 19 años. O quizá el protagonista es el propio Javier Cercas, que se acerca con cautela, vergüenza y hasta asco a esa parte de su historia familiar, pesada como una lápida, y acaba yendo y viniendo para salvar a Manuel Mena de terminar hecho harapos en la memoria de tres ancianos encogidos. O quizá la protagonista es Blanquita, la madre de Cercas, una mujer que pasó 30 años fuera de su pueblo natal y sin embargo no se fue nunca y que siendo niña lloró todas las lágrimas que podía llorar en la vida cuando Manuel Mena, su tío, regresó al pueblo en un ataúd. O quizá el protagonista es Ibahernando, el pueblo sencillo y apacible de clases sociales ficticias cuyos vecinos de toda la vida terminan matándose entre ellos para después sellar un pacto de silencio sobre esa esquizofrenia colectiva que fue la guerra civil. O quizá todos ellos sean los protagonistas y no valga la pena preguntarse qué tipo de historia es El monarca de las sombras sino más bien aceptarla como una carta de Javier Cercas para Javier Cercas, para Blanquita, y para España misma.
Hay cine en El monarca de las sombras. Asoma discretamente cuando Cercas enuncia que Ibahernando es su pueblo, no sólo su pueblo natal, que también, sino su pueblo del corazón. El pueblo de uno –dice Cercas– es donde uno dio su primer beso y donde vio su primer western y en la vida de Cercas las dos cosas ocurrieron en Ibahernando ¡así de importantes son los westerns! (y en este punto cada lector se remite, estoy segura, a su propia historia, e intenta responderse ambas preguntas). Pero hay más: el cine tiene su propia voz en David Trueba, amigo de Cercas y director de cine que viaja con él a Ibahernando para entrevistar a un hombre que conoció a Manuel Mena. Es notable la conversación que sostienen Cercas y Trueba en el tercer capítulo del libro, cuando Trueba le advierte de los peligros de volver a escribir sobre la guerra civil después de Soldados se Salamina, un libro de Cercas que Trueba adaptó al cine con éxito. “¿De verdad vas a escribir otra novela sobre la guerra civil? Pero ¿tú eres gilipollas o qué?“, le dice por teléfono, “Escribas lo que escribas, unos te acusarán de idealizar a los republicanos por no denunciar sus crímenes, y otros te acusarán de revisionista o de maquillar el franquismo por presentar a los franquistas como personas normales y corrientes y no como monstruos“.
Trueba lo piensa mejor y cambia de opinión. Entiende que Soldados de Salamina es sólo un fragmento de una historia más larga y compleja: el héroe de la familia de Cercas era un falangista y eso también hay que contarlo. Entonces le aconseja escribir sobre Manuel Mena, “y así podrás dejar de escribir de una puta vez sobre la guerra y el franquismo y todos esos coñazos que te torturan tanto“. Graba una entrevista de 40 minutos titulada Recuerdos en donde habla El Pelaor, un contemporáneo de Manuel Mena cuyo padre fue asesinado por los franquistas en los alrededores del pueblo después de haberlo sacado de su casa a la fuerza. Trueba le señala a Cercas un detalle crucial: durante toda la entrevista El Pelaor se ponía nervioso cada vez que se le preguntaba por Manuel Mena. No era para menos: el Pelaor enterró a su padre a escondidas, sin la solemnidad de un velorio o de una misa, y ochenta años después estaba hablando de eso ante el sobrino-nieto del falangista más famoso de Ibahernando. Gracias a la cámara de Trueba Cercas entiende que no somos omniscientes, y que si ahora nos es muy fácil concluir que Manuel Mena estaba equivocado en lo político, en ese entonces no lo era tanto. Manuel Mena, a los 19 años, no tenía forma de saber que estaba luchando por una causa injusta.
En esa entrevista El Pelaor describe, sin proponérselo, La Violencia (y tantas otras):
“Entonces se mataba por cualquier cosa –prosigue–. Por rencillas. Por envidias. Porque uno tenía cuatro palabras con otro. Por cualquier cosa. Así fue la guerra. La gente dice ahora que era la política, pero no era la política. No sólo. Alguien decía que había que ir a por uno y se iba a por él. Y se acabó. Eso es como yo te lo cuento: ni más más ni más menos. Por eso tanta gente se marchó del pueblo al empezar la guerra”.
M. Dolores Collazos