El rey león, 2019 [en pocas palabras]

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(Fuente: Twiter @disneylionking)

El rey león

 Jon Favreau

Estados Unidos 

2019

Nostalgia, nostalgia, nostalgia y más nostalgia. La nueva película es lo que siempre quisimos cuando éramos niños: “¿te la imaginas con leones de verdad?”. Bueno, Disney parece haber oído nuestras súplicas. O mejor, parece haber entendido que los niños de los 90 ya somos adultos con capacidad adquisitiva dispuestos a ir a cine a repetir las historias que nos definieron como generación. La maniobra empresarial es muy elegante: las historias ya están escritas y no es necesario innovar, todo lo contrario, el público asiste precisamente porque no hay nada nuevo. El negocio es demasiado bueno para dejarlo ir y Disney está lejos de abandonar la cantera de millones de dólares de los live actions. 

El problema es que el resultado no es mejor que el original. Al menos no en este caso. La película es hermosa pero en algunos detalles desluce. Por ejemplo, los animales no muestran tantas emociones como en la versión animada: ríen levemente y se alegran y se entristecen con discreción. Parecerían incapaces de conmoverse; las caras no dan para más. En la película original los personajes son mucho más expresivos: son evidentes el amor de Mufasa por su cachorro, la angustia de Simba cuando se aproxima la estampida, o la rabia de Nala ante el despotismo de Scar. Simba tiene mucho más ritmo cuando canta el Hakuna matata en la versión del 94 y quizá sólo por ese detalle la prefiero. 

Y siguiendo por la vía del recorte de emociones, en la nueva versión de El rey león hay menos humor. Las hienas son menos divertidas y en general hay menos chistes. Pero el cambio más importante, por su enorme carga simbólica, es el de las voces: todas tienden a ser neutras. La historia misma de El rey león promueve los valores del totalitarismo y sería un exceso (y una estupidez desde el punto de vista comercial) asociar abiertamente a las especies del relato con comunidades que hoy están en el centro del debate, ya sea por sus inmerecidos privilegios o por su sufrimiento derivado de injusticias históricas. Supongo que Disney entendió que en estos tiempos de muros fronterizos y de inmigrantes muriendo en mares y desiertos es muy difícil vender la idea de que ciertas especies o razas se merecen su destino.

Quiero pensar que el hecho de que Disney haya neutralizado las voces es la consecuencia lógica de nuestro avance como sociedad. Cuando vi la película por primera vez me pareció normal que algunas especies fueran veneradas y otras repudiadas, que los bellos y nobles controlaran a los feos y vulgares, y que la permanencia en un mundo de abundancia y de recursos estuviera reservada para los que respetan el orden establecido. Tampoco me pareció malo que las hienas estuvieran condenadas a vivir como parias en un lugar oscuro más allá de la frontera (finalmente no eran más que un ejército de idiotas) y no pensé que fuera raro, mucho menos injusto o indignante, el hecho de que tuvieran un marcado acento mexicano en el doblaje al español. Hoy todo eso me parece incorrecto. Esa forma de ver el mundo es todo lo que está mal en nuestros tiempos y los ajustes a El rey León muestran que nuestro filtro ha mejorado, que somos más críticos, y que ya no soltamos una carcajada ni nos encogemos de hombros cuando un distinguido león le suelta un rugido en la cara a una hiena para recordarle cuál es su lugar. 

M. Dolores Collazos

(Aquí hay un reportaje de El País Semanal sobre el estado de conservación de los leones; las noticias no son buenas)

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