Midsommar, 2019 [en pocas palabras]

Llegando a Hårga (fuente)

Qué delicia los planes de verano a los que nadie se apunta porque son muy lejos, muy caros o muy raros. Tres estudiantes de antropología se dejan seducir por su amigo sueco hippy-pagano-openmind-ecosostenible de mirada tranquila y deciden ir a un festival de verano en la pequeña comunidad campesina en donde él creció. Todo son ventajas: ver lo que nadie ha visto, escribir una tesis interesante y acostarse con dejar un reguero de amigas suecas en el camino. Diversión y trabajo de campo por partes iguales, el sueño de todo nerd. El problema es que Dani también va. Dani es la novia de uno de ellos y está pasando por el peor momento de su vida: una tragedia familiar acaba de golpearla y tiene el ánimo en el piso. Qué pereza viajar con ella, además su relación con Christian está cada vez más deteriorada. El único que quiere incluirla es el amigo sueco, y eso es suficiente porque contra todo pronóstico Dani termina en el avión rumbo a Suecia con el resto del grupo.

La presencia de Dani resulta incómoda pero no importa: en Hårga hay tanta luz y tanta calma que hasta la nube negra que la envuelve a ella parece disiparse. La comunidad es encantadora; risas y fraternidad todo el tiempo. Los ancianos son muy hospitalarios, alojan a los invitados en un granero que parecería la Capilla Sixtina del paganismo y siempre están dispuestos a responder preguntas sobre cómo se hacen las cosas en Hårga. ¡Y las muchachas! Las muchachas son casi celestiales. Están por todas partes y se ven preciosas estiradas sobre el prado con el pelo trenzado sobre la cabeza y sus trajes blancos presumiblemente bordados a mano. Hårga le apuesta a la inocencia, o eso parece. Han renunciado a dogmas como el matrimonio, la fidelidad o la paternidad, y han logrado volver a cierto estado de pureza ideal anterior a la moral cristiana que aflora en su relación con la naturaleza, en su idea de lo sagrado o en cómo entienden el pudor. Los Hårgenners son extraños pero buenos e inofensivos, o eso piensan los muchachos, porque a estas alturas el espectador ya tiene claro que en Hårga pasan cosas raras. No puede ser normal que las jóvenes confíen en pócimas y hechizos para atraer a los muchachos que les gustan o que los alucinógenos sean de uso corriente y comunitario. ¿Y qué hace ese oso encerrado en esa jaula? Todos bailan al rededor del Midsommarstång y la escena no puede ser más idílica pero esta celebración estival pseudopagana es sólo la punta de un iceberg lleno de sangre y confusión (¡corran muchachos, corran mientras puedan!)

Midsommar se inscribe en la tradición del Folk horror: cintas que usan elementos folklóricos para explorar los horrores de salirse de los cánones morales y habitar por fuera de la burbuja de las jerarquías. Aunque en principio parecería liberador renunciar al pensamiento racional, la hyperconectividad, el mercado y hasta a la democracia, el Folk horror muestra que al otro lado de la emancipación también pasan cosas aterradoras. Midsommar plantea un escenario en donde la individualidad ha desaparecido y sólo hay espacio para la vida comunitaria; los Hårgenners lo comparten todo, hasta las emociones, y no saben lo que significa sufrir en soledad o morir de viejos porque cada etapa de la vida está delimitada por las necesidades del grupo. El peligro radica en que practicar la empatía al máximo termina por aniquilar el pensamiento crítico. Acercarse al prójimo es hermoso, cómo no si este mundo está lleno de egoísmo, pero en nombre de la solidaridad uno podría terminar aceptando que la vida de cada uno no vale nada porque lo importante es que la comunidad siga siendo viable. En Hårga no hay forma de actualizar la moral pública, no hay disenso y no hay escape, lo que sí hay es mucha sangre y mucha luz. Las personas estrechan lazos (¡y de qué manera!) siempre bajo una inquietante luz cenital que es la principal apuesta estética de la película y que a la larga resulta ser un detalle perturbador: nadie pensaría que siempre es de día en el infierno.

M. Dolores Collazos