Midsommar, 2019 [en pocas palabras]

Llegando a Hårga (fuente)

Qué delicia los planes de verano a los que nadie se apunta porque son muy lejos, muy caros o muy raros. Tres estudiantes de antropología se dejan seducir por su amigo sueco hippy-pagano-openmind-ecosostenible de mirada tranquila y deciden ir a un festival de verano en la pequeña comunidad campesina en donde él creció. Todo son ventajas: ver lo que nadie ha visto, escribir una tesis interesante y acostarse con dejar un reguero de amigas suecas en el camino. Diversión y trabajo de campo por partes iguales, el sueño de todo nerd. El problema es que Dani también va. Dani es la novia de uno de ellos y está pasando por el peor momento de su vida: una tragedia familiar acaba de golpearla y tiene el ánimo en el piso. Qué pereza viajar con ella, además su relación con Christian está cada vez más deteriorada. El único que quiere incluirla es el amigo sueco, y eso es suficiente porque contra todo pronóstico Dani termina en el avión rumbo a Suecia con el resto del grupo.

La presencia de Dani resulta incómoda pero no importa: en Hårga hay tanta luz y tanta calma que hasta la nube negra que la envuelve a ella parece disiparse. La comunidad es encantadora; risas y fraternidad todo el tiempo. Los ancianos son muy hospitalarios, alojan a los invitados en un granero que parecería la Capilla Sixtina del paganismo y siempre están dispuestos a responder preguntas sobre cómo se hacen las cosas en Hårga. ¡Y las muchachas! Las muchachas son casi celestiales. Están por todas partes y se ven preciosas estiradas sobre el prado con el pelo trenzado sobre la cabeza y sus trajes blancos presumiblemente bordados a mano. Hårga le apuesta a la inocencia, o eso parece. Han renunciado a dogmas como el matrimonio, la fidelidad o la paternidad, y han logrado volver a cierto estado de pureza ideal anterior a la moral cristiana que aflora en su relación con la naturaleza, en su idea de lo sagrado o en cómo entienden el pudor. Los Hårgenners son extraños pero buenos e inofensivos, o eso piensan los muchachos, porque a estas alturas el espectador ya tiene claro que en Hårga pasan cosas raras. No puede ser normal que las jóvenes confíen en pócimas y hechizos para atraer a los muchachos que les gustan o que los alucinógenos sean de uso corriente y comunitario. ¿Y qué hace ese oso encerrado en esa jaula? Todos bailan al rededor del Midsommarstång y la escena no puede ser más idílica pero esta celebración estival pseudopagana es sólo la punta de un iceberg lleno de sangre y confusión (¡corran muchachos, corran mientras puedan!)

Midsommar se inscribe en la tradición del Folk horror: cintas que usan elementos folklóricos para explorar los horrores de salirse de los cánones morales y habitar por fuera de la burbuja de las jerarquías. Aunque en principio parecería liberador renunciar al pensamiento racional, la hyperconectividad, el mercado y hasta a la democracia, el Folk horror muestra que al otro lado de la emancipación también pasan cosas aterradoras. Midsommar plantea un escenario en donde la individualidad ha desaparecido y sólo hay espacio para la vida comunitaria; los Hårgenners lo comparten todo, hasta las emociones, y no saben lo que significa sufrir en soledad o morir de viejos porque cada etapa de la vida está delimitada por las necesidades del grupo. El peligro radica en que practicar la empatía al máximo termina por aniquilar el pensamiento crítico. Acercarse al prójimo es hermoso, cómo no si este mundo está lleno de egoísmo, pero en nombre de la solidaridad uno podría terminar aceptando que la vida de cada uno no vale nada porque lo importante es que la comunidad siga siendo viable. En Hårga no hay forma de actualizar la moral pública, no hay disenso y no hay escape, lo que sí hay es mucha sangre y mucha luz. Las personas estrechan lazos (¡y de qué manera!) siempre bajo una inquietante luz cenital que es la principal apuesta estética de la película y que a la larga resulta ser un detalle perturbador: nadie pensaría que siempre es de día en el infierno.

M. Dolores Collazos

Knives Out, 2019 [en pocas palabras]

Hace poco hablaba con Andrés sobre los testamentos. Me decía, medio en chiste medio en serio (así es él con todo), que las ayudas para los empleados que corren el riesgo de contagiarse de COVID por ir a trabajar deberían incluir consejería legal gratuita para el que quiera redactar su testamento. Si uno está un paso más cerca de la muerte por ir a trabajar, decía Andrés, un acto de decencia mínima del empleador es ayudar a su empleado a dejarlo todo en orden. Andrés hablaba y yo me imaginaba montones de gente enloquecida tratando de aprovechar la oferta, preguntándose por primera vez en la vida cómo se redacta un testamento o cómo hacer para dejarle todo al gato.

En la cultura popular otorgar testamento es el acto por excelencia del que quiere reír de último y reír mejor. El viejito millonario cansado de que sus hijos lo adulen por interés, de que sus nueras y yernos se froten las manos pensando en su entierro y de que sus nietos lo parasiten tiene una solución elegante en el testamento. Sólo es escribir un papel diciendo que le deja todo su patrimonio al vecino, a un empleado, a la señora que pide limosna afuera de la iglesia o al que sea con tal de no darle gusto a los buitres de la familia. Después sólo tiene que esperar. Pienso en Clint Eastwood sentado en su sillón de abuelo, rifle en mano, viendo desde el más allá la cara de su nieta cuando le deja su Gran Torino de 1972 a Thao Vang Lor y no a ella.

En Knives Out hay un testamento. También hay un escritor de misterio multimillonario, unos hijos mediocres, unos nietos pretenciosos y una nuera con la cara artificialmente estirada. Hay una enfermera, un ama de llaves, una anciana senil, dos policías no muy sagaces y un detective que no sabe ni por qué está ahí pero ahí está y tiene que hacer su trabajo. Hay una hermosa casa campestre de ribetes neogóticos y un exitoso negocio editorial. Hay una muerte, una fiesta y un affaire. Hay discusiones, conversaciones tensas, amenazas, una gotica de sangre y buenas razones para sospechar de todos. La mesa está servida para rendirle homenaje a Ágata Christie, Hercule Poirot, Sherlock Holmes y hasta a Angela Lansbury.

Pero no se trata de un homenaje solemne sino todo lo contrario: Knives Out se suma al género thriller sin tomárselo en serio, sin protocolo y sin misticismo, con mucho humor negro y detalles cómicos en su justa medida. La composición de la familia es de risa. El muchacho de la Alt-right es primo de la muchacha que estudia no se sabe qué cosa postmoderna-Castrista-feminista en una Universidad carísima y ellos a su vez son primos del playboy arrogante. Todos son nietos del escritor de misterio y bisnietos de la anciana que habla sola (muero de ganas de ir a una cena con esta familia).

Lo mejor de la película, en mi opinión, es el subtexto. Con la excusa de resolver un crimen el guión revela poco a poco que su verdadera intención es satirizar a la clase alta conservadora de Estados Unidos. Es chistoso ver a los Thombey posando de gente seria y desinteresada pero muertos de miedo de tener que salir a conseguir trabajo. Cómo no reírse de un montón de hipócritas al borde del colapso que no pueden darse el lujo de estallar porque ellos son gente divinamente y nada más vulgar que el amor por la plata. No tienen problemas con la inmigración salvo si es ilegal porque trabajar sin papeles es un acto criminal (¡el peor de todos, por Dios!) y no entienden cómo puede haber gente que elige llegar sin visa al país cuando podrían elegir tener sus papeles en regla. Le dicen a la enfermera latinoamericana que es como de la familia pero nadie se ha tomado la molestia de aprenderse de qué país viene. Todos nacieron with a silver spoon in their mouths pero se consideran gente hecha a pulso cuyo éxito está vagamente relacionado con el negocio familiar, y aquí es imposible no acordarse del trino de Sandra Borda describiendo la Convención del partido republicano del 2020: “Toda la familia Trump dando cátedra sobre cómo se logran las cosas a puro pulso, sin ayuda de ningún tipo”.

Los Thrombey serían votantes de Trump, sin duda.

María Dolores Collazos

Sobre Louis y Lestat. Entrevista con el vampiro [en pocas palabras]

Shall we begin when I was born to darkness?

Louis

Qué raro ver a Ann Rice diciendo que cuando empezó a escribir Interview with the Vampire Lestat no era más que el antagonista de Louis, si después de ver la película queda claro que Lestat es un personaje imprescindible. En Lestat hay tanta pasión y tanta entrega que sin él Interview no sería más que una seguidilla de escenas de Brad Pitt llorando, mirando al horizonte, haciendo pucheros y caminando bajo la lluvia, que no es que me moleste, pero prefiero la complejidad de dos hombres vampiros, medio enamorados, medio hermanados, compartiendo la casa.

Hermoso momento de la relación amor-odio entre dos vampiros. Lo que sigue es morderse el cuello y vivir infelices por atraerse tanto. (Fuente)

El retrato de dos raros conviviendo es hermoso y conmovedor. Hermoso, porque no hay cómo quitarle la mirada de encima a dos vampiros terriblemente bellos enfundados en lino y terciopelo bordado que se desean entre los candelabros; conmovedor, porque esos dos hombres a la vez vivos y muertos se comprenden, se detestan y se necesitan por partes iguales. Se les ve juntos en fiestas y en cenas opulentas en las que no tocan ni un plato pero beben y se ríen de trivialidades. Se pasean por los bares del puerto y por el cementerio untándose de lo vulgar sin asco. Celebran su singularidad y se buscan y se encuentran entre seda, alcohol y sangre en el decadente New Orleans del siglo XVIII y no se me ocurre un mejor escenario para esta historia que una tierra llena de casas señoriales, zombies y sacerdotes Voodoo.

Lestat, sin embargo, ha perdido la decencia. Es un aristócrata en toda regla y lo será para siempre –nunca mejor dicho– como lo revela un detalle sutil al final de la película: se toma el tiempo de arreglarse despacio el bolero de la manga de su camisa mientras maneja un descapotable porque primero muerto que sencillo. Su motivación es el placer; la suya es una lujuria poco convencional porque no desea sexo sino sangre. Y cómo la desea. La busca, la prefigura y la huele. La acecha y la toma hasta satisfacerse sin pedir permiso ni disculparse porque para Lestat el mundo existe para su deleite personal y no entiende cómo Louis puede hacerse tantas preguntas teniendo a su disposición todos los placeres de la carne. Louis por su parte representa la moral y la empatía. A pesar de ver el mundo con otros ojos, ojos vampíricos, no olvida el dolor y la angustia de las vidas humanas y se niega a entregarse al hedonismo. Lo suyo no es ir de fiesta por el mundo mordiendo cuellos y desangrando gente, no, lo suyo es la compasión. Por eso Louis huye de Lestat aún siendo éste la única persona en el mundo que se parece a él y que lo entiende: Lestat es un remolino de egoísmo y sabe que junto a él tocará fondo tarde o temprano.

Claudia, un querubín de Miguel Ángel. (Fuente)

Entonces llega Claudia y eso sólo acelera el estallido. Ya antes de ella la vida cotidiana de Louis y Lestat era una olla a presión mal tapada: la típica relación tóxica en donde la pareja sufre pero se apega y el trato de igual a igual es reemplazado por puro abuso psicológico. El paso a seguir es procrear y la aparición de Claudia es providencial. Es adorable, está sola en el mundo y los necesita tanto como ellos a ella. Así esta extraña familia hecha de retazos se pasea por todo New Orleans portando su vampirismo con orgullo hasta que el conflicto es inevitable. Claudia es una adolescente atrapada en el cuerpo de un querubín de Miguel Ángel, la ira la consume y necesita respuestas, el problema es que sus padres no pueden dárselas porque no las tienen. Es más, Louis también las necesita. En ese momento Claudia y Louis empiezan un viaje de descubrimiento que es más bien una huida emocional, no sólo de Lestat, sino también de la horrible posibilidad de estar solos en el mundo. Y en este punto es imposible no empatizar con ellos dos. Al parecer los vampiros también son gregarios y cualquiera que sienta que es el único en su especie moverá cielo y tierra para descubrir con alivio que estaba equivocado.

M.Dolores Collazos

Cine en tiempos de Coronavirus: tres películas sobre pandemias [En más palabras]

Han pasado casi dos meses desde que el Covid-19 llegó al país que me acoge y el escepticismo inicial (“es una gripita nada más”) ha ido cediendo frente a la incertidumbre y el miedo. Al principio todo parecía normal excepto porque el desinfectante de manos voló de las droguerías pero ahora todos los negocios cerraron, hay muy poca gente en la calle y no hacemos vida social. Comemos, reímos, estudiamos y trabajamos desde la misma mesa, conversamos desde alguna app y se ha vuelto costumbre revisar primero que todo en la mañana la cifra de contagios. Sólo salimos para ir al supermercado y aún ahí tratamos de no existir: caminamos pegados a los congeladores o damos volteretas extrañas por los pasillos con tal de no contradecir la sacrosanta regla de conservar una distancia mínima de 1.5 metros con el prójimo. 

En cuarentena voluntaria como estoy, no me queda mucho más que leer, ver películas y hacer aseo. Veo en Twitter que muchos se han dedicado al ejercicio y a hornear pan y me gustaría ser de ese grupo, cómo no si a mí me encanta el pan, pero no lo logro. Soy más de echarme en el sofá a ver Netflix y supongo que también está bien (¿en serio estamos para superioridades morales en plena pandemia?). También soy de las que buscan asociaciones y coincidencias para todo en el cine y por eso cuando la OMS se atrevió a llamar pandemia al Covid-19 busqué películas que recrearan el caos de la expansión de un virus por el mundo. Decidí ver dos películas que no había visto antes (Twelve Monkeys y Contagion) y repasar otra (REC).

Twelve Monkeys

Terry Gilliam/ Estados Unidos/ 1995

12 monkeys
Fuente: IMDb

En 1996 un virus terrible ha contaminado la tierra. Los pocos humanos que quedan viven en estrechos refugios subterráneos repletos de dispositivos electrónicos aparentemente inservibles. En medio de las incomodidades los científicos (todavía los hay) han logrado construir una máquina del tiempo para enviar personas al pasado tratando de averiguar quién o quienes liberaron el virus y quizá encontrar una cura. Sospechan que el virus es obra del Ejército de los 12 monos, un grupo antisistema que habría usado el virus en su cruzada contra la sociedad de consumo. Con esta información envían a Cole (Bruce Willis) al pasado: su misión es verificar si en efecto el virus fue liberado por el Ejército de los 12 monos y hacer lo posible por recaudar nuevos datos y hasta impedir la propagación. La comunidad científica en la ficción se hace las mismas preguntas que leemos todos los días en los periódicos sobre nuestro virus: ¿cómo se esparció? ¿habría sido posible detenerlo? ¿qué hacemos la próxima vez?

Pero todo sale mal: Cole no llega en la época indicada sino antes, a veces mucho antes, y en ese ir y venir empieza a dudar de la culpabilidad del Ejército de los 12 monos, de la rectitud de la comunidad científica y hasta de sus propias experiencias. Conoce a la doctora Kathryn Railly, que al principio no le cree que es un viajero en el tiempo pero después sí,  y recorre con ella calles sombrías y edificios llenos de goteras buscando entender de dónde diablos salió el virus.

Dice Roger Ebert que lo interesante de esta película es que crea un universo en 130 minutos. Yo agregaría que ese universo, si bien es original, no tiene nada persuasivo. Nadie querría vivir en el mundo lleno de mugre, tecnología ineficaz y ropa grande que plantea Twelve monkeys

Me pareció aburrida por sus diálogos inconexos, su teatralidad empalagosa y su música estridente para resaltar lo obvio. Su estética futurista es original pero en algún punto la película entera es demasiado: demasiado desorden, demasiado caos, demasiada suciedad. Demasiados indigentes tratando de hablar como profetas sin lograrlo. Hacia la mitad me di cuenta de que no me interesaba la suerte de Cole y la doctora Railly porque su historia romántica me pareció forzada e innecesaria, porque son personas muy simples y porque nada bueno puede pasar en un lugar lleno de vapor y óxido. También está la famosa aparición de Brad Pitt como integrante del Ejército de los 12 monos y aunque su actuación es buena y fue alabada en su momento creo que no es suficiente para salvar la historia. 

Le concedo algo: la crítica a la comunidad científica está bien planteada y merecería una entrada aparte. Las imágenes de los animales en libertad son bellísimas.

REC 

Plaza y Balageró/ España/ 2007

REC 2007
Fuente: IMDb

Hace años escribí un ensayo sobre esta película y lo titulé “REC: horror en primera persona”. Una periodista (Ángela) y su camarógrafo (Pablo) recorren Barcelona para grabar Mientras usted duerme, un programa que pretende mostrar la vida de las ciudades en las noches bajo la premisa de que la normalidad diurna es el producto de una intensa actividad nocturna que no vemos. Una noche en particular visitan el cuartel de bomberos para grabar un episodio. Mala idea: hay más emoción en un monasterio trapense y Ángela tiene que hacer peripecias frente a la cámara para mostrar acción en donde sólo hay tedio y rutina. Hasta aquí todo muy Diario de Bridget Jones. De repente una llamada prende las alarmas: hay una emergencia en un edificio del centro de la ciudad; los bomberos corren al camión y los periodistas tras ellos. Pablo graba todo el tiempo.

En el edificio todo es un caos. Los vecinos reunidos en la entrada están aterrados; una mujer actúa erráticamente y hay gritos, sangre y confusión. También llega la policía. En algún momento les informan que el lugar ha sido puesto en cuarentena porque hay un brote infeccioso parecido a la rabia y nadie puede entrar o salir. Ángela y Pablo quedan atrapados en el edificio junto a los bomberos y los vecinos y entienden que tienen dos opciones: entregarse al pánico o aprovechar la cámara para grabar la insólita experiencia. Optan por lo segundo. La película deviene entonces un documental sobre el encierro, la impotencia, el miedo y lo fácil que se nos da buscar culpables en medio de la catástrofe. Todo pasa por el lente de la cámara de Pablo, todo es parte de Mientras usted duerme. El nombre del programa nunca ha sido tan acertado.

El gran aporte de la película es la naturalidad con la que todo pasa: de la manera más normal Ángela y Pablo visitan el cuartel de los bomberos, suben al camión y llegan al edificio. Asumen toda la acción desde el profesionalismo y eso le da puntos de verosimilitud a la película. Nunca vemos a Pablo (solo oímos su voz) porque siempre está detrás de la cámara. Gracias a él el público también está dentro del relato, de ahí la originalidad de la experiencia de inmersión total que propone REC (aunque en honor a la verdad The Blair Witch Project ya había hecho algo así, sólo que esta vez sale mejor). El sonido es un componente mayor. Conforme Ángela y Pablo se adentran en los vericuetos del edificio el ambiente es cada vez más lúgubre; la cámara de Pablo avanza por pasillos diminutos y mal iluminados y el espectador se entera de lo que está pasando sólo por los alaridos y golpes que se oyen a lo lejos y a veces no tan lejos (un poco como las peleas de Twitter). Al final uno se pregunta si todas las cuarentenas son iguales y frente al Covid-19 no somos más que un montón de gente muerta de miedo en un laberinto sin salida.

Contagion

Steven Soderbergh/ Estados Unidos/ 2011

Contatgio 2
Fuente: IMDb

La película del Coronavirus por excelencia. Una mujer regresa de un viaje de negocios a su casa en Minnessota y dos días después muere en medio de terribles convulsiones. Los médicos están confundidos pero cuando el patrón se repite en varios países confirman que es una pandemia. Intervienen las autoridades nacionales y locales y en un abrir y cerrar de ojos hay ruedas de prensa, tropas desplegadas y gente mocosa por todas partes.

El inicio de la película es franco con el espectador. Los personajes se desplazan con sendas caras relajadas por escenarios conocidos (la casa, la cocina, la entrada de un edificio) mientras suena una música tensionante de fondo y uno sabe que en cualquier momento una bomba va a estallar. Es angustiante verlos tan tranquilos. Esa mujer y su familia van camino al abismo con los ojos vendados y no dan ganas sino de gritarles que no se toquen, que no se abracen, que no pongan los dedos ahí y que se laven las manos por el amor de Dios. Aparecen los primeros enfermos: un muchacho en Hong Kong, una mujer joven en Londres, un hombre de mediana edad en el transporte público de Tokio cuya crisis termina en YouTube. Cada cambio de escenario viene no sólo con el nombre de la ciudad sino con el número de habitantes para que el espectador calcule la magnitud de la tragedia. Hacia la mitad de la película el virus se ha propagado por medio planeta y parecería que la única salida para nuestra especie es enviar a dos o tres parejas sanas a Marte en una cápsula esterilizada.

Pero hay esperanza: la comunidad científica estadounidense (obvio) avanza a pasos de gigante hacia una vacuna. Los esfuerzos empiezan a tener sentido, de esta salimos. Se puede aplanar la curva, diríamos hoy. La virtud de la película consiste en hacer un esfuerzo serio por explorar los posibles escenarios de una pandemia y nueve años después de su estreno podemos decir que acertó. Los peligros de las noticias falsas, los funcionarios corruptos y los bien intencionados, los científicos comprometidos, los ciudadanos aterrorizados, los organismos ineptos, todo está ahí. A veces está ahí de forma insoportablemente evidente (¿en realidad era necesario ver al Dr. Cheever, del CDC, vacunando al hijo pequeño de la persona que limpia su oficina?) aunque casi siempre los diálogos son directos y bien pensados. El acento está en la imagen: hileras de camillas en hospitales improvisados, locales incendiados, turbas iracundas asaltando camiones con víveres, cadáveres sin funeral. Cada fotografía habla de la fragilidad de nuestra especie. Somos una sociedad pegada con babas.

El punto débil de la película es su confianza ciega en un orden mundial inalterable. Nunca se plantea la posibilidad de que la situación se le salga de las manos al gobierno al punto de obligarlo a pedir ayuda. Contagion es ante todo el retrato de Estados Unidos lidiando con una pandemia y eso implica un voto de confianza en el sistema; desde el principio está claro que el virus es una alteración pasajera y que volver a la normalidad es cuestión de tiempo. La primera economía del mundo desarrollado puede tambalear pero jamás caer. Y en este punto supongo que es demasiado pedir que una película de Hollywood prediga lo que nadie vio venir en la vida real: que Estados Unidos podría no ser el país que nos va a salvar, que China o la Unión Europea podrían descubrir primero la vacuna y que cuando todo esto pase quizá nos habremos dado cuenta de que los grandes líderes no eran tan necesarios como creíamos porque los ciudadanos podemos organizarnos solos. 

La escena final es muy buena y adecuada para explicar nuestro virus. Hay una pregunta que sigue vigente: el día que se descubra la vacuna ¿cómo nos organizamos para comprarla?

Después de ver Contagion creo que siempre me acompañará una voz para gritarme: “¡No metas la mano en ese maní de cortesía!”

M. Dolores Collazos

Mary Shelley, 2017 [en pocas palabras]

Mary Shelley

Haifaa al-Mansour

Reino Unido 

2017

Elle Fanning y Douglas Booth en Mary Shelley (2017)

Cuando era niña me gustaba la poesía y me encantaba ver a mi tía recitando Las abandonadas, de Julio Sesto. El poema describe la ruina social y moral de las mujeres que tienen hijos sin estar casadas, las mujeres que amaron creyendo también ser amadas y que van por la vida llorando un cariño, recordando un hombre y arrastrando un niño. Sesto las llama fruta caída –del árbol frondoso y alto de la vida– y fruta derribada –por un beso artero como una pedrada–; dice además que no hay quien las ampare, no hay quien las recoja y que son bagazo: bagazo de amor. 

Mary Shelley, la autora de Frankenstein, es una abandonada. Es huérfana, se lleva muy mal con su madrastra y parece no haber superado completamente la ausencia de su madre, Mary Wollstonecraft, una feminista de primera línea que murió poco después de traerla al mundo y por cuya memoria siente auténtica veneración. Mary además es escritora (nothing substantial, dice en algún momento) y ha crecido rodeada de libros porque su papá tiene un negocio editorial. En un viaje a Escocia conoce a Percy Shelley, un poeta apasionado, impredecible y casado que la deslumbra desde el primer momento. Huyen juntos y esa aventura no solo sella su destino como abandonada sino que es el comienzo de una serie de estrellones que la llevarán a escribir su célebre Frankenstein. 

Durante buena parte de la película la joven Mary Shelley no es más que un personaje secundario de Jane Austen: una adolescente curiosa y enamoradiza que se aburre tremendamente detrás de los anaqueles del negocio familiar en el Londres del siglo XIX. Escribe a veces, lee siempre y visita con frecuencia la tumba de su madre. También pelea con su madrastra, mira por la ventana y se cuenta secretos con sus hermanas a media noche, todas en pijama al lado de una vela y con el pelo en rulos. Todo es normal y hasta cursi en la vida de Mary hasta que aparece Percy. Inteligente, seductor y envolvente, Percy la mira como si la descifrara. Un peligro. Convencida de estar realizando la propuesta vital de su madre, Mary no lo piensa dos veces antes de saltar al vacío con él (me recuerda a Lydia Bennet) y además recluta a su media hermana en la aventura. El trio se instala en una buhardilla húmeda y presumiblemente helada en Londres y uno se pregunta cómo es que Mary todavía le tiene fe a eso. Pero la tiene. Cree en ese ménage à trois disimulado lo suficiente como para seguir a Shelley a Ginebra, donde pasaron el famoso verano lluvioso de 1816 junto a Lord Byron.  

La realidad empieza a golpear a Mary. Descubre que la proclamación de la libertad como valor supremo que propone Percy también implica libertad para relacionarse con otras mujeres, incluyendo a Claire. Ahora a Mary no le gusta (tanto) la libertad. En este punto de las cosas parece mentira que la madre de Frankenstein sea capaz de soltarle a su amante una tremenda frase de cajón en medio de una pelea: “no te pareces en nada al hombre que yo creí que eras“, le dice con los ojos hechos una piscina (¿en realidad Mary pensó que Percy era otra clase de persona? ¿en realidad era necesario un guión tan predecible?). El verano en la villa de Byron, si bien transcurre entre lujos y contemplación, le muestra a Mary que vive en tiempos carentes de humanidad o conmiseración. Sólo hay lugar para la ciencia, el pensamiento positivista no deja espacio para nada más. 

Hacia el final de la película aparece Frankenstein. El chispazo de electricidad que le da vida atraviesa primero la mente de Mary, que a fuerza de desengaños entiende que vive en una sociedad indolente y adicta a las reprimendas morales. De ese pantano moral no puede salir otra cosa que un ser defectuoso, huérfano como la propia Mary, que busca razones para explicar su propia existencia.

M. Dolores Collazos

Javier Cercas y el cine en El monarca de las sombras [en más palabras]

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El monarca de las sombras, de Javier Cercas, es uno de los libros más personales que he leído últimamente. El autor revela desde las primeras páginas que se había prometido no escribirlo y sin embargo el libro está ahí, en las manos del lector, lo que prueba que en algún momento Cercas rompió su promesa. Es un libro que no iba a ser escrito, una historia que no iba a ser contada, un relato familiar que iba permanecer en el olvido pero que supo atrincherarse por años en la cabeza del autor, como el monstruo baboso del ático, esperando el momento para saltar a la luz. A veces parecería que Cercas no tuvo más remedio que contar la historia antes de que se le convirtiera en un tranco en la garganta y que gracias a esa catarsis ahora anda liviano por la vida y con la frente en alto, como un beato recién exorcizado.

El protagonista de El monarca de las sombras es Manuel Mena, un tío abuelo del autor que murió en la guerra civil española luchando por La Falange cuando tenía 19 años. O quizá el protagonista es el propio Javier Cercas, que se acerca con cautela, vergüenza y hasta asco a esa parte de su historia familiar, pesada como una lápida, y acaba yendo y viniendo para salvar a Manuel Mena de terminar hecho harapos en la memoria de tres ancianos encogidos. O quizá la protagonista es Blanquita, la madre de Cercas, una mujer que pasó 30 años fuera de su pueblo natal y sin embargo no se fue nunca y que siendo niña lloró todas las lágrimas que podía llorar en la vida cuando Manuel Mena, su tío, regresó al pueblo en un ataúd. O quizá el protagonista es Ibahernando, el pueblo sencillo y apacible de clases sociales ficticias cuyos vecinos de toda la vida terminan matándose entre ellos para después sellar un pacto de silencio sobre esa esquizofrenia colectiva que fue la guerra civil. O quizá todos ellos sean los protagonistas y no valga la pena preguntarse qué tipo de historia es El monarca de las sombras sino más bien aceptarla como una carta de Javier Cercas para Javier Cercas, para Blanquita, y para España misma.

Hay cine en El monarca de las sombras. Asoma discretamente cuando Cercas enuncia que Ibahernando es su pueblo, no sólo su pueblo natal, que también, sino su pueblo del corazón. El pueblo de uno –dice Cercas– es donde uno dio su primer beso y donde vio su primer western y en la vida de Cercas las dos cosas ocurrieron en Ibahernando ¡así de importantes son los westerns! (y en este punto cada lector se remite, estoy segura, a su propia historia, e intenta responderse ambas preguntas). Pero hay más: el cine tiene su propia voz en David Trueba, amigo de Cercas y director de cine que viaja con él a Ibahernando para entrevistar a un hombre que conoció a Manuel Mena. Es notable la conversación que sostienen Cercas y Trueba en el tercer capítulo del libro, cuando Trueba le advierte de los peligros de volver a escribir sobre la guerra civil después de Soldados se Salamina, un libro de Cercas que Trueba adaptó al cine con éxito. “¿De verdad vas a escribir otra novela sobre la guerra civil? Pero ¿tú eres gilipollas o qué?“, le dice por teléfono, “Escribas lo que escribas, unos te acusarán de idealizar a los republicanos por no denunciar sus crímenes, y otros te acusarán de revisionista o de maquillar el franquismo por presentar a los franquistas como personas normales y corrientes y no como monstruos“. 

Trueba lo piensa mejor y cambia de opinión. Entiende que Soldados de Salamina es sólo un fragmento de una historia más larga y compleja: el héroe de la familia de Cercas era un falangista y eso también hay que contarlo. Entonces le aconseja escribir sobre Manuel Mena, “y así podrás dejar de escribir de una puta vez sobre la guerra y el franquismo y todos esos coñazos que te torturan tanto“. Graba una entrevista de 40 minutos titulada Recuerdos en donde habla El Pelaor, un contemporáneo de Manuel Mena cuyo padre fue asesinado por los franquistas en los alrededores del pueblo después de haberlo sacado de su casa a la fuerza. Trueba le señala a Cercas un detalle crucial: durante toda la entrevista El Pelaor se ponía nervioso cada vez que se le preguntaba por Manuel Mena. No era para menos: el Pelaor enterró a su padre a escondidas, sin la solemnidad de un velorio o de una misa, y ochenta años después estaba hablando de eso ante el sobrino-nieto del falangista más famoso de Ibahernando. Gracias a la cámara de Trueba Cercas entiende que no somos omniscientes, y que si ahora nos es muy fácil concluir que Manuel Mena estaba equivocado en lo político, en ese entonces no lo era tanto. Manuel Mena, a los 19 años, no tenía forma de saber que estaba luchando por una causa injusta. 

En esa entrevista El Pelaor describe, sin proponérselo, La Violencia (y tantas otras):

“Entonces se mataba por cualquier cosa –prosigue–. Por rencillas. Por envidias. Porque uno tenía cuatro palabras con otro. Por cualquier cosa. Así fue la guerra. La gente dice ahora que era la política, pero no era la política. No sólo. Alguien decía que había que ir a por uno y se iba a por él. Y se acabó. Eso es como yo te lo cuento: ni más más ni más menos. Por eso tanta gente se marchó del pueblo al empezar la guerra”. 

M. Dolores Collazos

El rey león, 2019 [en pocas palabras]

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(Fuente: Twiter @disneylionking)

El rey león

 Jon Favreau

Estados Unidos 

2019

Nostalgia, nostalgia, nostalgia y más nostalgia. La nueva película es lo que siempre quisimos cuando éramos niños: “¿te la imaginas con leones de verdad?”. Bueno, Disney parece haber oído nuestras súplicas. O mejor, parece haber entendido que los niños de los 90 ya somos adultos con capacidad adquisitiva dispuestos a ir a cine a repetir las historias que nos definieron como generación. La maniobra empresarial es muy elegante: las historias ya están escritas y no es necesario innovar, todo lo contrario, el público asiste precisamente porque no hay nada nuevo. El negocio es demasiado bueno para dejarlo ir y Disney está lejos de abandonar la cantera de millones de dólares de los live actions. 

El problema es que el resultado no es mejor que el original. Al menos no en este caso. La película es hermosa pero en algunos detalles desluce. Por ejemplo, los animales no muestran tantas emociones como en la versión animada: ríen levemente y se alegran y se entristecen con discreción. Parecerían incapaces de conmoverse; las caras no dan para más. En la película original los personajes son mucho más expresivos: son evidentes el amor de Mufasa por su cachorro, la angustia de Simba cuando se aproxima la estampida, o la rabia de Nala ante el despotismo de Scar. Simba tiene mucho más ritmo cuando canta el Hakuna matata en la versión del 94 y quizá sólo por ese detalle la prefiero. 

Y siguiendo por la vía del recorte de emociones, en la nueva versión de El rey león hay menos humor. Las hienas son menos divertidas y en general hay menos chistes. Pero el cambio más importante, por su enorme carga simbólica, es el de las voces: todas tienden a ser neutras. La historia misma de El rey león promueve los valores del totalitarismo y sería un exceso (y una estupidez desde el punto de vista comercial) asociar abiertamente a las especies del relato con comunidades que hoy están en el centro del debate, ya sea por sus inmerecidos privilegios o por su sufrimiento derivado de injusticias históricas. Supongo que Disney entendió que en estos tiempos de muros fronterizos y de inmigrantes muriendo en mares y desiertos es muy difícil vender la idea de que ciertas especies o razas se merecen su destino.

Quiero pensar que el hecho de que Disney haya neutralizado las voces es la consecuencia lógica de nuestro avance como sociedad. Cuando vi la película por primera vez me pareció normal que algunas especies fueran veneradas y otras repudiadas, que los bellos y nobles controlaran a los feos y vulgares, y que la permanencia en un mundo de abundancia y de recursos estuviera reservada para los que respetan el orden establecido. Tampoco me pareció malo que las hienas estuvieran condenadas a vivir como parias en un lugar oscuro más allá de la frontera (finalmente no eran más que un ejército de idiotas) y no pensé que fuera raro, mucho menos injusto o indignante, el hecho de que tuvieran un marcado acento mexicano en el doblaje al español. Hoy todo eso me parece incorrecto. Esa forma de ver el mundo es todo lo que está mal en nuestros tiempos y los ajustes a El rey León muestran que nuestro filtro ha mejorado, que somos más críticos, y que ya no soltamos una carcajada ni nos encogemos de hombros cuando un distinguido león le suelta un rugido en la cara a una hiena para recordarle cuál es su lugar. 

M. Dolores Collazos

(Aquí hay un reportaje de El País Semanal sobre el estado de conservación de los leones; las noticias no son buenas)

Barcelona y el cinematógrafo en La ciudad de los prodigios [en más palabras]

 

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La ciudad de los prodigios. El día que compré el libro en realidad quería pedir un chocolate

Hace algún tiempo leí La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza. Debió ser hacia el 2016 porque Mendoza acababa de ganar el Premio Cervantes y por eso en La Central sus libros estaban exhibidos aparte, en una mesita pequeña, con una foto de él colgada en la pared y un cartelito que anunciaba su entonces reciente hazaña literaria. La semana anterior yo había leído en algún foro de internet una crítica positiva de La ciudad de los prodigios y no dudé en comprarlo. También compré un libro de Keret (iba a comprar algo de Saramago, pero siempre no). Después me tomé un café ahí mismo y pensé que mejor hubiera pedido un chocolate caliente.

El libro me gustó pero no lo pondría entre mis favoritos. Se lee fácil; narra la historia de Onofre Bouvila, personaje ficticio cuya historia de éxito y ascenso social desde la miseria hasta la burguesía transcurre entre las dos exposiciones universales de Barcelona (1888 y 1929). La ciudad es descrita como una metrópoli pujante de geografía privilegiada en donde cualquiera puede ser arquitecto de su propio destino siempre que tenga imaginación y ganas. Bouvila tiene las dos cosas. También tiene un excelente olfato para los negocios, una enorme capacidad para leer sus tiempos y muy pocos escrúpulos. Se busca la vida en los arrabales de la ciudad desde muy joven y poco a poco, sin pausa pero sin prisa, logra introducirse en los círculos sociales (y criminales) más exclusivos. Cuando está en la cumbre del éxito se topa con el cine. Una noche fría de invierno su amigo, el marqués de Ut, se presenta en su casa sin previo aviso para extenderle una extraña invitación: ¿Quieres que te mee un perro?. Bouvila acepta y los dos hombres parten hacia un local semiclandestino en donde se proyecta la película de un fox-terrier que mueve las orejas, saca la lengua, mira con curiosidad a la cámara y después orina. En medio de la oscuridad el público corre hacia la puerta para no mojarse; la calma se restablece cuando prenden la luz. 

Bouvila queda maravillado y empieza su propia empresa cinematográfica. No recuerdo si triunfa o fracasa (creo que fracasa) pero sí recuerdo que disfruté mucho la lectura de un fragmento en donde Mendoza habla de la introducción del cinematógrafo en la sociedad barcelonesa:

“Al cinematógrafo, como a otros muchos adelantos contemporáneos, se atribuyen diversas paterninades. Varios países quieren ser hoy la cuna de este invento tan popular. Como sea, sus primeros pasos fueron prometedores. Luego vino el desencanto. Esta reacción se debió a un malentendido: los primeros que tuvieron ocasión de presenciar una proyección no confundieron lo que veían en la pantalla con la realidad (como pretende la leyenda inventada a posteriori), sino con algo mejor aún: creyeron estar viendo fotografías en movimiento. Esto les llevó a pensar lo siguiente: que gracias al proyector se podía poner en movimiento cualquier imagen. Pronto ante nuestros ojos atónitos cobrarán vida la Venus de Milo y la Capilla Sixtina, por citar sólo dos ejemplos, leemos en una revista científica de 1899. Una crónica de dudoso rigor aparecida en un diario de Chicago en ese mismo año refiere lo siguiente: Entonces el ingeniero Simpson hizo algo increíble: con ayuda del Kinetoscopio, al que nos hemos referido ya en estas mismas páginas una y mil veces, consiguió dotar de movimiento su propio álbum familiar. ¡Cuál no sería el estupor de amigos y parientes al ver paseando tranquilamente por la mesa del comedor al tío Jaspers, enterrado en el cementerio parroquial muchos años atrás; con su paletó y su sombrero de chimenea, o al primo Jeremy, muerto heróicamente en la batalla de  Gettysburg. En agosto de 1902, es decir, tres años después de estas noticias disparatadas, un periódico de Madrid recogía el rumor de que un empresario de esa capital había llegado a un acuerdo con el Museo del Prado para poder presentar en un espectáculo de variétés las Meninas de Velázquez y la Maja Desnuda de Goya; el mentís que el propio periódico dio a esta noticia al día siguiente de su aparición no bastó para contener el aluvión de cartas a favor y en contra de esta iniciativa, una polémica que aún coleaba en mayo de 1903. Para entonces sin embargo lo que realmente era el cinematógrafo ya era del dominio público: un subproducto de la energía eléctrica, una curiosidad sin aplicación en ningún campo. Durante algunos años el cinematógrafo llevó una vida larvaria: confinado en locales como el de la plazuela de San Cayetano, donde el marqués de Ut llevó a Onofre Bouvila, no cumplía otra función que la de servir de señuelo a una clientela interesada básicamente en otros pasatiempos. Luego cayó en un descrédito absoluto. Los escasos locales que cuatro empresarios ilusos abrieron en Barcelona tuvieron que cerrar sus puertas al cabo de pocos meses: sólo los frecuentaban vagabundos que aprovechaban la oscuridad para descabezar un sueño bajo techado.”

La ciudad de los prodigios. Barcelona: Seix Barral, 2015, p. 363-64.

 

Rocketman, 2019 [En pocas palabras]

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Rocketman
Dexter Fletcher
Reino Unido
2019

No soy una gran fan de Elton John pero me acuerdo del CD de Candle in the Wind que me regaló mi mamá. Era el final de los años 90, la princesa Diana acababa de morir y la canción estaba de moda. No entendía muy bien la letra pero la melodía me parecía suave y sincera y me gustaba la soledad del piano, perfecto para decir adiós. Oír Candle in the Wind era ver de nuevo a la princesa iluminada por los flashes de las cámaras y recordar que a pesar del lujo y las comodidades era una mujer atrapada en un matrimonio infeliz. La portada era sobria: se veía a Elton John sentado al piano, vestido de negro y flores blancas al fondo.
En ese momento no lo sabía pero esa portada es extraña en el mundo Eltoniano. Elton John es todo menos sobriedad y mesura. Rocketman lo retrata bien: un virtuoso de la música que ama el brillo, las plumas, los colores, las pelucas, los disfraces y las gafas de marcos extraños. Todo en él es fantasía; no le teme a nada, no lo asusta hacer el ridículo, no se amedrenta ante las críticas y no le importa lanzarse de cabeza a hacer lo que mejor sabe hacer: cantar y tocar el piano. Todo con tal de levantar a su público del suelo y llevarlo a las estrellas. Él también vuela. Él es un rocketman.
Pero tal y como se anuncia desde el principio, el viaje interestelar de Elton tiene límites. Se eleva por los cielos y estalla como el Challenger. Asciende hasta la cúspide de la fama y la fortuna al tiempo que descubre un infierno de drogas y alcohol; sus dotes musicales y su magnetismo personal le han traído hordas de fanáticos y mucho dinero pero tiene grandes carencias afectivas y se siente solo. Al final del día la alegría y la compañía son efímeras y él está trabajando como cualquier mortal. “Being lovelly is not a job” le dice en algún momento John Reid, su manager y amante, que no hace más que explotarlo sin preocuparse por su salud emocional. El traje de Elton cuando empieza la película resume bien su situación: tiene alas como los ángeles, pero también cuernos. Poco a poco se despoja de él para asumir con humildad a Regis, el niño prodigio de la música hijo de un ama de casa frívola y un padre rígido e insensible calcado de los adultos de Another Brick on the Wall.
En la vida de Elton todo sucede cantando y bailando. Canta y baila mientras alcanza el éxito, intima con amigos, firma contratos y se divierte, pero también canta y baila mientras consume cocaína, se deprime, se intoxica y toca fondo. Siempre hay música. Este recurso narrativo me gustó porque ilustra bien hasta qué punto la música ha sido al mismo tiempo la maldición y la salvación en la vida de Elton John, además es una forma inteligente de evitar escenas crudas. Por otra parte, la película tiene muy buen ritmo. La línea temporal no es muy complicada y cada giro dramático sucede en el momento preciso. Se exponen bien la niñez, juventud y la adultez de E. John, sin afanes y sin redundancia. Sin embargo, si el ascenso a la fama del joven Regis tiene la justa medida de drama y humor, la representación de su caída me pareció un poco cliché. Verlo hundirse en la piscina y flotar dentro de su conciencia fue como ver a Renton explorar las profundidades del sanitario en Trainspotting (1996).
Elton logra redimirse. Desde el momento mismo en que compramos la entrada al cine todos sabemos que la historia tendrá final feliz así que no hay mayores sorpresas en el desenlace (en este punto, Rocketman se acerca a Bohemian Rhapsody (2018) y se aleja de A Star is Born (2018), en donde no sabemos cómo terminará la aventura musical de los protagonistas). Lo que no sabemos es cómo lo logra. No sabemos cómo se mantiene a flote, cuál es su tabla de salvación, cuál es su polo a tierra. La película es entonces un viaje a la personalidad de Elton, una retrospectiva en la que intenta responderse a sí mismo preguntas sobre su identidad, su relación con sus padres o su forma de acercarse al mundo.

La buena noticia para él es que no todo fue malo: hubo frialdad y rigidez en su relación con su padre pero también hubo jazz. Hubo decepción en su relación con su madre pero también hubo estética y cierta complicidad. Hubo indiferencia en su hogar pero también conoció la calidez de su abuela. Hubo soledad pero también obtuvo una beca de la Royal Academy of Music. Hubo mucho abuso en su relación con John Reid pero también hubo devoción y cariño honestos en su relación con Bernie Taupin. Entonces Elton hace lo que anunció desde el principio: da un paso al costado de sus adicciones y se convierte en su propio héroe, un héroe que no necesita un traje de lentejuelas para brillar de verdad.

M. Dolores Collazos

Tulen Morsian (La prometida del Diablo), 2016 [En pocas palabras]

Tulen Morsian

Saara Cantell

Finlandia

2016

Anne tiene 16 años y su sensualidad está a flor de piel. Quiere explorar, sentir y vivir: quiere un amante. Pasa las horas pensando en el hombre magnífico que aparece en sus sueños, recorre los campos pensando en él y le cuenta a sus amigas que sintió deseo nada más al verlo. No sólo lo ve en sus sueños sino también en las flores que arranca cuando pasea por los senderos, en las hojas amarillas de los campos, en las espigas doradas que acaricia con la punta de los dedos. Lo ve incluso cuando interpone un trozo de parafina entre la luz de una vela y la pared y se proyecta una silueta masculina que la hace estremecer. Un día este hombre de ensueño llega a la aldea de Anne a bordo de una balsa; ella sabe que es su hombre y aunque sus amigas la llaman a la sensatez Anne dice que se trata de un amor predestinado y feliz, un encuentro inevitable porque está escrito en las estrellas. El problema es que Anne vive en una pequeña isla de Finlandia en donde todos se conocen, corre el año de 1666 y el hombre de la balsa está casado.

En la aldea de Anne también hay personajes oscuros. Está el reverendo, que goza arrancándole la virtud a las muchachas a la fuerza –es decir, las viola– al tiempo que predica sobre los peligros de la carne desde el púlpito; o el juez, que ha iniciado una cruzada contra la brujería y no le tiembla la mano para torturar y castigar. Esta pequeña comunidad supersticiosa y puritana se convierte entonces en el caldo de cultivo perfecto para las acusaciones infundadas, los testigos falsos, las exageraciones y las confesiones bajo tortura. Todo muy Las brujas de Salem.

El juez es el personaje más interesante. Es un hombre recto –lo que sea que eso signifique en este contexto– que trata de cumplir a cabalidad con la función que le fue encomendada: descubrir todas las acciones del diablo. El problema es que tiene muy poca información sobre los detalles del actuar del demonio y le cuesta distinguir qué acciones son demoníacas y cuáles no. Equivocarse es muy fácil; el juez se debate siempre entre condenar a un inocente o dejar escapar información crucial, por eso está obsesionado con los detalles. El juez siempre quiere saber más, más y más detalles. Quiere saber cómo es convertirse en animal en las noches, cómo es volar en una vaca o cómo es encontrarse con Satán. Quiere saber cómo, dónde y cuándo se siente la lujuria. Su obsesión con los detalles lo priva de ver el panorama general: su problema no es ignorar los métodos que el demonio emplea para seducir sino tratar de aplicar el pensamiento racional a una empresa completamente irracional.

La imagen del juez desesperado, acosado por sus dudas, debatiéndose entre ser un justiciero o un asesino, me hizo pensar en la importancia del pensamiento racional y la perspectiva humanista en la justicia. Es un gran avance de la modernidad que hoy cuestionemos abiertamente la moralidad de la pena de muerte o la efectividad de la tortura en los interrogatorios, y aunque el Derecho penal a veces nos parezca permisivo e ineficaz, es el resultado de priorizar los derechos fundamentales sobre los fines del Estado. Abogar por un Derecho penal (exclusivamente) represivo significa renunciar a conquistas básicas de la modernidad y borrar de un plumazo siglos enteros de pensamiento humanista.

Dicho lo anterior, esperaba más de esta película. Saara Cantell, la directora, ha sido ampliamente celebrada en su país, Finlandia, así que pensé que esta película mostraría una perspectiva original de la cacería de brujas en los países nórdicos o de la vida de las mujeres en comunidades rurales, dogmáticas y oscurantistas, pero no fue así. Es una película más bien lenta, casi aburrida, sin mucha tensión. Ciertamente rescata un episodio triste e interesante de la historia finlandesa (está basada en hechos reales) pero no aporta nada muy distinto de la reflexión que deja, por ejemplo, Las brujas de Salem.

María Dolores Collazos