Rocketman
Dexter Fletcher
Reino Unido
2019
No soy una gran fan de Elton John pero me acuerdo del CD de Candle in the Wind que me regaló mi mamá. Era el final de los años 90, la princesa Diana acababa de morir y la canción estaba de moda. No entendía muy bien la letra pero la melodía me parecía suave y sincera y me gustaba la soledad del piano, perfecto para decir adiós. Oír Candle in the Wind era ver de nuevo a la princesa iluminada por los flashes de las cámaras y recordar que a pesar del lujo y las comodidades era una mujer atrapada en un matrimonio infeliz. La portada era sobria: se veía a Elton John sentado al piano, vestido de negro y flores blancas al fondo.
En ese momento no lo sabía pero esa portada es extraña en el mundo Eltoniano. Elton John es todo menos sobriedad y mesura. Rocketman lo retrata bien: un virtuoso de la música que ama el brillo, las plumas, los colores, las pelucas, los disfraces y las gafas de marcos extraños. Todo en él es fantasía; no le teme a nada, no lo asusta hacer el ridículo, no se amedrenta ante las críticas y no le importa lanzarse de cabeza a hacer lo que mejor sabe hacer: cantar y tocar el piano. Todo con tal de levantar a su público del suelo y llevarlo a las estrellas. Él también vuela. Él es un rocketman.
Pero tal y como se anuncia desde el principio, el viaje interestelar de Elton tiene límites. Se eleva por los cielos y estalla como el Challenger. Asciende hasta la cúspide de la fama y la fortuna al tiempo que descubre un infierno de drogas y alcohol; sus dotes musicales y su magnetismo personal le han traído hordas de fanáticos y mucho dinero pero tiene grandes carencias afectivas y se siente solo. Al final del día la alegría y la compañía son efímeras y él está trabajando como cualquier mortal. “Being lovelly is not a job” le dice en algún momento John Reid, su manager y amante, que no hace más que explotarlo sin preocuparse por su salud emocional. El traje de Elton cuando empieza la película resume bien su situación: tiene alas como los ángeles, pero también cuernos. Poco a poco se despoja de él para asumir con humildad a Regis, el niño prodigio de la música hijo de un ama de casa frívola y un padre rígido e insensible calcado de los adultos de Another Brick on the Wall.
En la vida de Elton todo sucede cantando y bailando. Canta y baila mientras alcanza el éxito, intima con amigos, firma contratos y se divierte, pero también canta y baila mientras consume cocaína, se deprime, se intoxica y toca fondo. Siempre hay música. Este recurso narrativo me gustó porque ilustra bien hasta qué punto la música ha sido al mismo tiempo la maldición y la salvación en la vida de Elton John, además es una forma inteligente de evitar escenas crudas. Por otra parte, la película tiene muy buen ritmo. La línea temporal no es muy complicada y cada giro dramático sucede en el momento preciso. Se exponen bien la niñez, juventud y la adultez de E. John, sin afanes y sin redundancia. Sin embargo, si el ascenso a la fama del joven Regis tiene la justa medida de drama y humor, la representación de su caída me pareció un poco cliché. Verlo hundirse en la piscina y flotar dentro de su conciencia fue como ver a Renton explorar las profundidades del sanitario en Trainspotting (1996).
Elton logra redimirse. Desde el momento mismo en que compramos la entrada al cine todos sabemos que la historia tendrá final feliz así que no hay mayores sorpresas en el desenlace (en este punto, Rocketman se acerca a Bohemian Rhapsody (2018) y se aleja de A Star is Born (2018), en donde no sabemos cómo terminará la aventura musical de los protagonistas). Lo que no sabemos es cómo lo logra. No sabemos cómo se mantiene a flote, cuál es su tabla de salvación, cuál es su polo a tierra. La película es entonces un viaje a la personalidad de Elton, una retrospectiva en la que intenta responderse a sí mismo preguntas sobre su identidad, su relación con sus padres o su forma de acercarse al mundo.
La buena noticia para él es que no todo fue malo: hubo frialdad y rigidez en su relación con su padre pero también hubo jazz. Hubo decepción en su relación con su madre pero también hubo estética y cierta complicidad. Hubo indiferencia en su hogar pero también conoció la calidez de su abuela. Hubo soledad pero también obtuvo una beca de la Royal Academy of Music. Hubo mucho abuso en su relación con John Reid pero también hubo devoción y cariño honestos en su relación con Bernie Taupin. Entonces Elton hace lo que anunció desde el principio: da un paso al costado de sus adicciones y se convierte en su propio héroe, un héroe que no necesita un traje de lentejuelas para brillar de verdad.
M. Dolores Collazos