“«La revolución significa la vida, y la plenitud de la existencia, es la liberación mental: esto transforma la fantasía del inconsciente en nuevas realidades revolucionarias. Es la integración de la vida en la revolución”
Glauber Rocha.
El escándalo provocado por las revelaciones de Edward Snowden, el espionaje de Estados Unidos a varios países de América Latina y la retención del avión de Evo Morales en Viena me hacen pensar que quizá los cineastas del Nuevo Cine Latinoamericano (NCL) tenían razón: hay gente que conspira para dominar y reprimir a América Latina como región.
La consigna del NCL fue precisamente denunciar la presencia de estructuras de dominación opresivas provenientes del extranjero o de la clase dominante (justo lo que quiso hacer Snowden) y combatirlas mediante la creación de un nuevo lenguaje cinematográfico. Dicho lenguaje debería ser no solo coherente con la violenta realidad del continente, sino también capaz de expresar, de manera clara y directa, la renuncia de todos los sectores sociales a la ordenación elitista del poder. El reto del NCL era doble: en primer lugar, concientizar al público de que todas las aristas de la sociedad latinoamericana están influenciadas por un sistema de dominación extranjero francamente aliado con la clase dominante; y por el otro, se comprometió abiertamente con los movimientos de liberación que estallaron a lo largo y ancho de América Latina en los años 60 y 70.
El primer paso para concientizar al público y romper con la dominación fue replantear la función de la tecnología en el cine. El razonamiento era más bien sencillo: ya que la capacidad narrativa del cine es de alguna manera el producto de la tecnología que se utiliza para grabar películas, quienes poseen la tecnología incrementan sus posibilidades de explorar, ejercitar y –principalmente– difundir su capacidad narrativa, su forma de hacer cine. Dicho de otro modo, para los cineastas del NCL el cine que se hacía y se veía en América Latina no era más que la imposición de las ideas e intereses de las élites que tenían acceso a la tecnología. Entonces, estando el cine latinoamericano condenado a repetir un discurso narrativo foráneo y totalmente ajeno a su realidad, el único camino posible era ser concientes de la dominación e intentar un método acorde con las carencias técnicas propias la región.
Una vez concientes de la dominación, el paso a seguir fue la creación de un cine activista y de oposición, esto es, un cine que sirviera como vehículo de denuncia, y sobre todo renuncia, a estructuras de poder arcaicas y opresivas. En otras palabras, el papel del cine en la revolución no era meramente descriptivo sino proactivo: el cine no promovía la revolución sino que era la revolución misma. Así, lo verdaderamente novedoso del Nuevo Cine Latinoamericano fue su incesante búsqueda de un concepto de Latinoamérica desde Latinoamérica , sus ansias de una sociedad más justa y mejor, y su genuina creencia en que el cine es y debe ser parte fundamental en la materialización de la consigna libertaria.
M. Dolores Collazos