The Last King of Scotland
Kevin Macdonald
Reino Unido/Estados Unidos
2006
Me gustó mucho. Buenos actores, buen guión. Hay cohesión. La secuencia inicial es muy poderosa. Nicholas es un muchacho escocés recién graduado de medicina educado en el rigor británico; sus padres pertenecen a esa sociedad austera y castrante que todos hemos visto en el video de Another Brick on The Wall y él entiende que si no hace algo pronto va a terminar como ellos. Está asqueado, grita de desesperación y con razón. Tiene que escapar. Suenan tambores africanos, profundos y tribales, anunciando que Nicholas ha encontrado su destino: Uganda.
En Uganda Nicholas se choca de frente con la pobreza, ineficiencia, la corrupción, y todos los demás engendros del subdesarrollo. No hay problema: eso era lo que estaba buscando; el desafío es excitante y decide quedarse a vivir el cliché del misionero. Entonces aparece el dictador, sólo risas y mucho color, y Nicholas lo considera un personaje excéntrico y supersticioso, a veces impredecible, pero siempre inofensivo y bienintencionado. Es obvio que las cosas terminarán mal pero Nicholas es demasiado inexperto para darse cuenta.
Como todos los dictadores, el dictador ugandés –Idi Amin Dada– es carismático y está lleno de vida. Desborda entusiasmo. Personifica el advenimiento de una nueva era cargada de esperanza y optimismo. Si tuviera que elegir al personaje más notable de toda la película, lo elegiría a él. Lo vemos perder el norte poco a poco, degenerarse y delirar. La paranoia le gana la batalla y Amin Dada recurre a la desgastada figura de la “seguridad nacional” para justificar sus crímenes. En un abrir y cerrar de ojos todo es atroz: el entusiasmo inicial se ha esfumado y sólo queda el miedo. En ese momento es inevitable sentir pena por Nicholas. Ya nos hemos encariñado con él, es sólo un muchacho que ha tomado malas decisiones desde el principio. Demasiado tarde. Es un ratón sintiendo el mortal abrazo de una anaconda.
M. Dolores Collazos