Hacksaw Ridge
Mel Gibson
Estados Unidos / Australia
2016
“Salen como un noble soldado, vuelven agrios y mutilados”
Willie Colón
Desmond Doss es un muchacho estadounidense que no soporta la idea de quedarse en su casa de brazos cruzados mientras otros van a la guerra en nombre de la patria. El ataque a Pearl Harbor acaba de pasar y Desmond se lo tomó personal así que después de una reflexión más bien ingenua y simplista decide que tiene una misión: cruzar el Pacífico, llegar al Japón y aportar su granito de arena para ganar la guerra (“dos se suicidaron por no poder entrar [al ejército]”, dice en algún momento para justificar su elección). Pero hay un problema: Desmond es un tipo profundamente religioso y no soportaría tocar un arma. Es un objetor de conciencia.
A los objetores de conciencia no les va bien en el ejército. Acoso, acoso, acoso y más acoso son el pan de cada día para Desmond. La mayoría de su pelotón lo detesta y sus superiores no confían en él pero Desmond es terco y se aferra a su plan inicial y después de mucho insistir logra partir a la guerra como médico. No se da cuenta de lo obvio: la guerra es inmoral por definición, no hay forma de salir limpio. No se puede hacer parte de una empresa cuyo objetivo es la eliminación física del otro sin condonar esas muertes. No se da cuenta de que las guerras no se ganan dando la vida por otros sino arrancando las vidas de otros. De ahí la hipocresía de su asepsia moral: Desmond cree que es posible entrar a un lodazal y no ensuciarse.
Las escenas del entrenamiento de Desmond no ofrecen mayor novedad y las hemos visto en cientos de películas (basta comparar esto con esto y con esto). Se ve la camaradería de los primeros días; los futuros soldados ignoran la vacaloca en la que se metieron y se comportan como ovejas rumbo al matadero. Suben, bajan, corren, se arrastran y se enamoran de su fusil –todos menos Desmond– convencidos de ser unos valientes para finalmente llegar al Japón y darse cuenta de que nada habría podido prepararlos para el infierno de Hacksaw Ridge.
Las imágenes de los horrores de la guerra pasando frente a los ojos de Desmond son duras. Camiones de cadáveres apiñados, soldados transtornados, rostros cansados, miradas perdidas y gente rota por dentro. Las escenas del combate están bien hechas aunque no son lo suficientemente originales para hacer de la película un hito en su género. Se resalta el heroísmo de Desmond con imágenes muy trilladas: se le ve erguirse entre cientos de cadáveres mirando al horizonte mientras suena música heroica de fondo y se deshumaniza al enemigo (todos los japoneses tienen cara de locos y rematan a cuchillo a los heridos para después suicidarse de manera ritual). Queda la sensación de que esas escenas son para justificar a los soldados estadounidenses que sí van armados, sugiriendo que, a diferencia del enemigo, ellos sí hacen un uso ético de las armas.
Me fue difícil tomarme en serio a Desmond. Su dilema está basado en valores que hoy parecen cuestionables y pasados de moda. No termino de entender su profundo compromiso patriótico (¿Salvar a la patria de qué? ¿Para quienes? ¿En nombre de qué?) o su noción de valentía. Desmond Doss ciertamente es un tipo excepcional y lo que hizo es una gran hazaña, pero me parece contradictorio sentir tantos escrúpulos frente a las armas pero no tantos frente a la violencia que se ejerce en nombre de la patria.
Por último, Gibson acertó en la elección de Andrew Garfield para interpretar a Desmond. Su cara de murciélago bonachón es agradable, comercial y muy creíble.
M. Dolores Collazos